sábado, 28 de octubre de 2017

Giovanni Boccaccio Il Decameron

En un siglo crucial,  como lo es el XIV, estamos asistiendo a las postrimerías de la Edad Media. En este contexto el arte asume un carácter burgués y realista. La literatura se caracteriza por el auge del cuento, la novela corta y la fábula. Los autores prescinden de los prejuicios y retratan la realidad tal cual es. Boccaccio participó con su obra en la transformación de la cultura, de la vida social y del pensamiento de la época que le tocó vivir, una sociedad asediada y aterrorizada por la peste: "...los jóvenes acompañaron a las damas, y con paso lento se adentraron en el jardín, hablando de temas alegres, tejiendo guirnaldas de diversas hojas, y cantando alegremente." (Introducción : El Decamerón). Y en el Proemio dice Boccaccio: "Aquí comienza el libro llamado Decamerón, denominado también Principe Galeoto, en el que hay cien narraciones, referidas en diez días por siete damas y tres mozos..."
Boccaccio narra a sus lectores para distraer, para hacer reír, para hacer disfrutar y no hay en él malicia alguna ni preocupación moral.
Le nozze tra Griselda e Gualtieri (particolare), Luca Signorelli, National Gallery, Londra

8 comentarios:

  1. Hola. A continuación desarrollo comentario sobre el cuento que elegí del Decamerón.
    Jornada Primera - Narración cuarta (Un monje, caído en pecado digno de severísimo castigo, se libra de la pena reprendiendo discretamente a su abad de la misma culpa)
    En este cuento se presenta claramente una crítica eclesiástica, pues se presentan figuras de autoridad como el abad, que están totalmente corrompidas, alejadas de la imagen honorable que suelen tener en la vida pública. Se deja ver la hipocresía de este funcionario de la Iglesia, que es comparable en sus actitudes a cualquier joven, ya que cae en el mismo pecado que el monje y con la misma liviandad. Por otro lado, hay que destacar que el monje, a pesar de su corta edad, dio al abad, su superior, una respuesta muy ingeniosa. El monje logró neutralizar esa relación asimétrica mediante un pacto implícito con el abad, que se deja ver en las palabras del monje: “(…) te prometo, si me perdonas esta vez, no pecar más por esto [la lujuria] y hacer de ahora en más como te he visto hacer a ti”. El cuento además lleva a pensar: ¿cuál podría ser el camino que recorra el monje en ese monasterio si el mismo abad es una figura corrupta?. Se pone en duda a un funcionario de la Iglesia.
    Es importante considerar el papel que ocupa “la mirada del otro” en este cuento. El abad, en un primer momento, a pesar de que el monje ha yacido con una muchacha, decide primero ocuparse no de reprenderlo por su accionar, sino de averiguar por sus propios ojos si la muchacha es o no de “buena familia”. Esto hace inferir que el abad tiene conocimiento de las relaciones de poder que se dan en la sociedad; el exhibir a una muchacha noble perjudicaría su honor y el de su familia, así como la reputación del monasterio y la suya propia. Pero cuando el abad se entera de que la muchacha es una simple labradora se tranquiliza. Esta muchacha representa al sector más bajo de la sociedad medieval, es el sector que ofrece gran parte de su trabajo diario a los señores feudales. Este sector social, de campesinos labradores, además de procurar alimento a los señores, funcionarios de la iglesia, etc., no reviste otra importancia para las altas esferas de poder, por lo que es altamente improbable que alguien se interese en responder por ellos, por ejemplo, ante el caso de la labradora que está encerrada en la celda del monje. Yacer con la muchacha no conlleva casi ninguna consecuencia desfavorable a ojos del abad, pues, según él, no hay testigos de lo que él va a hacer y además la muchacha no es de “buena familia”. El único problema que puede haber si lo descubren, es que su reputación se vea manchada; en ningún momento se relaciona el tema del honor con la figura de la labradora; ésta es vista como objeto sexual. Otro tema importante consiste en que uno de los pecados capitales, la lujuria, no es castigado, sino que incluso es hasta cierto punto avalado por el silencio cómplice de los dos personajes. Los religiosos también se ven sumidos en los placeres de la mundanidad, propio de la época en la que la Iglesia está en crisis. El cuento tiene un final contundente, pues el monje continúa diciendo que si lo perdona por su pecado, cumplirá con las reglas en la forma en que las cumple el mismo abad. Al no poder culpar a uno sin que sea culpado a la vez el otro, ambos deciden mantener lo ocurrido en secreto y seguir invitando a la labradora.

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    1. ¡Qué rico mundo nos presenta Boccaccio en cuanto a la diversidad humana!

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  2. Walter Benjamin sostenía que "un escritor que no enseña nada a los escritores, no enseña nada a nadie" y es interesante plantearse esto frente a la lectura del Decamerón, ¿qué es lo que nos enseña a quienes escribimos? ¿a quienes incursionamos en el mundo de las letras? ¿a los lectores en general? Riesgosamente respondo a estos interrogantes sosteniendo que la enseñanza es usar la literatura como crítica a determinados sistemas (como la Iglesia), a formas de vida (la ciudad), a comportamientos (los engaños, por ejemplo), a formas de escritura, pero enseña sin querer hacerlo. Somos los “oyentes” o lectores quienes determinamos esto. Además, nos muestra a la Literatura como modelo de "escape" ante las adversidades. Vale recordar que se desarrolla en un contexto de plena epidemia de peste en Florencia, en el año 1348 y que diez jóvenes se plantean cómo salvar su vida, decidiendo así abandonar la ciudad para irse al campo donde podían disfrutar de la fiesta, la alegría y el placer. Una vez refugiados/as en el campo, Pampinea es la primera en proponer, desde su papel de Reina, que en cada encuentro se dediquen a contar cuentos. De esta manera es que pasan los días pensando solo en historias alejadas de la realidad, pero que de alguna manera se encuentran contaminadas por ella. Coincide esto con el dicho popular del que parte Benjamin a la hora de escribir su ensayo "El Narrador": cuando alguien realiza un viaje, puede contar algo; el recuerdo funda la red compuesta por todas las historias. Y esta es una característica propia de los/as narradores/as y propia del Decamerón, como también: intercambiar experiencias que se transmiten de boca en boca, que pueden ser suyas o de otras, donde los/as oyentes siempre se encuentran al lado del/a narrador/a y luego son aquellos/as quienes se convierten, luego, en relatores/as de las historias.
    Giovanni Boccaccio despliega una sucesión inacabable de relatos en el Decamerón, frente a la pregunta ¿cómo sigue la historia? aparece una nueva y otra y otra... La narración no se agota porque es la forma de comunicación que manejan los personajes en todas las situaciones comunicativas.
    Es interesante el aporte que hace Pato Garcia en el blog "Lengua IES la orden" (Instituto de Enseñanza Secundaria, Bachillerato y Ciclos formativos para la comunidad) al sostener que Boccaccio dejó atrás la forma de “apólogo”, lo que significa que las narraciones ya no producen una enseñanza o consejo moral, sino que tiene como función, por sobre todo, entretener. Regreso entonces, necesariamente, a mis primeras palabras sobre lo que enseña el narrador al lector y ahora respondo: Boccaccio enseña a contar cuentos.
    Y es este contar de contares el que arma la estructura de caja china. Aunque, es necesario recordar que en el Decamerón más allá de las miles historias que aparecen hay dos niveles de narración. En un primer nivel, está el narrador tras el que se oculta Boccaccio: es un narrador externo, omnisciente, que nos describe la peste, el encuentro de los diez jóvenes, sus ocupaciones durante las jornadas que pasan recluidos... Las destinatarias de esta historia son las delicadas mujeres, a las que el narrador pretende distraer de sus penas amorosas. En un segundo nivel, están los/as diez jóvenes, narradores/as –y a la vez narratarios/as– de los cien cuentos: son narradores/as internos, pues forman parte de una ficción, pero con respecto a los cuentos que narran, actúan como narradores externos, también omniscientes.
    El Decamerón es entonces un manual para aprender sobre el narrador, sobre los relatos, la grandeza de la oralidad, la variedad( no solo de historias, sino también de registros y estilos); es un Cuentacuentos que no tiene fin.

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    1. El narrar para entretener, sí es el objetivo de los relatos de Boccaccio...

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    2. Cuál es el contexto del cuento el abad de lunigiana

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  4. Comentario sobre algún tema a elección
    (Se tratará sobre todo la jornada décima, bajo el reinado de Pánfilo)
    La autoridad
    La circunstancia indiscutible que atraviesa al Decamerón, esto es, el tan conocido escape, el replegarse de una realidad mortífera, suponen esa transformación de la realidad medieval que acompaña y forma partre del punto de inflexión Edad Media-Renacimiento, un creciente antropocentrismo y el desborde consecuente. La huída suspende la figura de la autoridad y borra las líneas que dibujaban las leyes y todo su poder. Sobre este punto quisiera detenerme, más precisamente en el canto tercero de la jornada décima, la noble historia de Mitridanes y Natán.
    En el libro predomina (aunque no totalmente) una imagen sombría de la realeza, como bien señala Giovanni Papini, el rey de Francia es deshonrado, el de Chipre es inepto e insultado, el de Salerno es cruel y el de Sicilia despiadado. La historia que nos atañe no es exenta de esta situación. Natán, desplegando incalculablemente toda su nobleza, obsequia su propia vida al joven que la solicita (por envidia desea matarlo), en el cual se produce un efecto transformador al haberlo conocido y tratado anteriormente pero sin saber su nombre. Mitridanes cae a sus pies avergonzado, sin embargo, es consolado por el propio anciano con un discurso sobre la inmensa crueldad de los reyes: “y no te avergüences de haber querido matarme para hacerte famoso ni creas que yo me maraville de ello. Los sumos emperadores y los grandísimos reyes no han ampliado sus reinos, y por consiguiente su fama, sino con el arte de matar no sólo a un hombre como tú querías hacer, sino a infinitos, e incendiar países y abatir ciudades; por lo que si tú, por hacerte más famoso, sólo querías matarme a mí, no hacías nada maravilloso ni extraño, sino muy acostumbrado” (el heroísmo, aunque no ausente en el relato, es en la última frase un tanto extraño, ridículo. Papini nos dice: “..pareciera que, con la enormidad misma de estos prodigios morales, la virtud esta de tal modo más allá de toda verosimilitud que debe estar fuera de la realidad. El pecado es fácil, normal, natural; la virtud es tan sublime que es increíble o debe juzgársela necedad”).
    En el relato sobre las pescadorcillas (cuento séptimo de la décima jornada, un símbolo del erotismo y la sensualidad), la figura del rey se ve debilitada frente a las pasiones impetuosas que lo abruman luego de observar a las hijas de su anfitrión. Al contarle sus intenciones a un conde que compartía hospedaje con ellos, recibe un discurso aleccionador, que señala la vergüenza que debería darle una acción tan impropia para un rey tan anciano como él, haciendo notar que la derrota del rey Manfredo (otra aparición monárquica que no representa precisamente una virtud) estaba también relacionada con la violencia indebida. La mayor parte de los personajes de la obra hacen poco caso de los valores morales prefiriendo su buen sentido y la iniciativa personal para salir de situaciones difíciles.
    Podemos observar como las figuras de elevación humana y autoridad que hasta entonces ocupaban el paisaje son puestas de cabeza de un momento a otro, la monarquía en este caso, pero también los jueces y sacerdotes, y las instituciones como el matrimonio. La hinchazón que produce el antropocentrismo golpea los límites y las figuras que lo representan.

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    1. Sí, es así, Boccaccio cuestiona todas las instituciones en sus relatos.

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